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BUCEO EN XCALAK: NATURALEZA IMPREVISIBLE Y SALVAJE

Tras 40 años explorando los fondos marinos del planeta y 12.000 inmersiones en mi haber…, después de haber visto todo tipo de criaturas extraordinarias y vivido situaciones y experiencias únicas, hace unas semanas tuve el privilegio de ser testigo de un acontecimiento grandioso bajo las tranquilas aguas del Parque Nacional de Xcalak…

…una hembra de manatí pariendo a su cría…, sublime y doloroso a partes iguales.

El Parque Nacional Arrecifes de Xcalak esta situado a 60 km. al sur de nuestro paraíso mexicano de Mahahual, en la frontera caribeña con Belice. Esta reserva es famosa por la abundancia y salud de sus arrecifes coralinos pero, sobre todo, destacan las grandes formaciones de corales cuerno de alce (acropora palmata), considerado en “peligro crítico”, por eso, aquí, están especialmente protegidos. El buceo en Xcalak es muy bueno, pero entre todas las inmersiones destaca una: La Poza, para mi uno de los mejores buceos de México. Por eso, cada vez que vamos desde Mahahual a bucear en Xcalak, hacemos siempre dos inmersiones seguidas en este mismo lugar, porque nunca es lo mismo. Sé que para ese tipo de buceador cuyo objetivo es recorrer el mayor numero de destinos de buceo de forma rápida (incluso ajetreada) para poder registrar el mayor numero de spots de buceo en su logbook o bitácora, bucear dos veces seguidas en el mismo lugar puede parecer una pérdida de tiempo, pero aquellos otros aficionados que bucean porque simplemente aman el buceo y la naturaleza, entenderán porque en Pepe Dive Mahahual lo hacemos así. En La Poza encontraremos (casi siempre) un enorme cardumen de inmensos sábalos, muy grandes, quietos, estáticos siempre, como si fuesen esculturas en un museo submarino. Bucear entre ellos es totalmente hipnótico, tanto que la primera vez uno se olvida de fijarse en el arrecife donde campan a sus anchas los grandes meros, los jackfish o jureles, las rayas águilas o las stingrays, langostas, morenas, pargos enormes, etc etc…

Hace unas semanas, lleve a La Poza a mis buenos amigos y vecinos América y Luciano, honorables empresarios de Mahahual, y a su sobrina Valeria, alumna mía desde que tenía 14 añitos (hoy ya es una señorita). La inmersión siempre comienza cuando bajamos por una de las paredes del arrecife y la seguimos hacia el sur, a favor de la corriente dominante. Pero a mi me gusta retroceder unos metros hacia el lado contrario, cuando la corriente lo permite, hacia aguas someras porque hay un jardín de coral maravilloso junto a un arenal que les gusta mucho a los manatíes, frecuentes en la zona. Y, efectivamente, como en otras muchas ocasiones, a unos 15 metros de distancia vi una contundente figura obesa nadando en medio de la nada, muy cerca de la superficie. Este es uno de esos momentos en los que a los instructores se nos dibuja una sonrisa satisfecha tras el regulador: cuando uno lleva tan solo cinco minutos de inmersión y ya se ve al manatí (u otro gran animal) que justifica la inmersión…, es como empezar el trabajo con la tarea bien hecha.

Advertí al grupo y empezamos a acercarnos sigilosos cubriéndonos tras los corales para evitar que se espantara. Sin embargo, a medida que nos aproximábamos me di cuenta de que algo ocurría. No parecía que iba a ser como los otros encuentros a lo que nos tienen acostumbrados. El manatí hacia movimientos repetitivos, como un autómata: subía a superficie a tomar aire e iniciaba el descenso directo hasta el arenal (unos 8 metros) y allí se quedaba unos minutos frotando su vientre de forma virulenta contra una piedra. Tras lo cual, volvía a subir a superficie e iniciaba una vez mas la extraña danza. Algo estaba pasando y debíamos averiguar que era, por lo que dirigí al grupo para que nos aproximáramos a la zona y nos colocáramos todos en semicírculo, tumbados sobre la arena, intentando hacer los menos movimientos posibles. Son esos momentos en que uno quisiera ser un pez para no exhalar burbujas y no espantar a los animales.

Pero no, lejos de espantarse, la hembra de manatí ni nos hizo caso (yo estaba a apenas dos metros de la piedra en la que se frotaba) y continuó con su ritual: subir, respirar, bajar, frotarse con fuerza y volver a subir… y repetir. Parecía una de esas sesiones del entrenador personal que ahora es tan habitual ver por zoom o cualquier otra plataforma de internet. Pero no, era en vivo, en directo y face to face.

Observábamos atónitos la escena intentando adivinar el por qué de ese extravagante comportamiento. Se percibía que algo no estaba bien… Entonces fue cuando me di cuenta que bajo el vientre de la manatí había algo más. Era como una protuberancia que sobresalía de su cuerpo. Me acerque unos centímetros mas y me fije bien en aquello y entonces lo vi: era una pequeña cola en forma de cuchara. ¡La hembra estaba pariendo! ¡Estaba intentando expulsar a su pequeña cría!
Inmediatamente hice gestos a mis compañeros para intentar explicar lo que pasaba. Hice la mímica de estar acunando entre mis brazos a un bebé y enseguida entendieron todos. La hembra estaba teniendo contracciones y eran evidentes sus bufidos y gestos de dolor. Cuando apoyaba el vientre en la piedra lo que intentaba era ayudarse para empujar hacia el exterior a su cría. Justo en ese momento era cuando aparecía la colita del bebé que sobresalía unos 30-40 centímetros (una cría de manatí suele medir como 1,25 metros al nacer), pero en cuanto dejaba de hacer presión, la cola del cachorrín volvía a ocultarse bajo el vientre de la mamá. Y todo volvía a empezar: subir, respirar, bajar y fricción.

Los minutos pasaban y nadie se movía de allí. Nadie pestañeaba. Nadie quería perderse ni un detalle, pero…, de repente, fue como se hiciera de noche. Una enorme sombra apareció por superficie y nos obligó a alzar la mirada. Era un enorme macho, la pareja, de nuestra parturienta.

Primero se acercó a ella en superficie y sus dos manos parecieron unirse en un humano gesto de consuelo, por parte de él, y resignación, por parte de ella. Fue muy tierno. Sin embargo, los movimientos lentos, suaves y delicados del macho cambiaron repentinamente y se volvió hacia nosotros. Bajó los ocho metros de forma decidida y nos hizo una primera pasada rápida sobre nuestras cabezas para detenerse frente a Luciano. A solo unos centímetros. Lo miró fijamente como desafiante unos larguísimos segundos, quizá interpretó que los cabellos largos y canosos de Luciano le adivinaban como el líder de los humanos. Era claramente una advertencia. Luego, antes de volver junto a su amada, se acercó a mí y, por unos breves segundos, también me observó detenidamente. Fue poco tiempo pero lo suficiente para fijarme en su cara arrugada, con largos bigotes en su hocico corto, en los que se dibujaban amplias fosas nasales cerradas para evitar la entrada de agua. Todos los manatíes tienen bigotes en la cara y se cree que los ayuda sensorialmente con las vibraciones. Estas barbas son muy sensibles y los investigadores creen que ayudan en varios tipos de funciones cerebrales, así como la memoria y la toma de decisiones. Sea lo que fuere, el macho decidió que no éramos potencialmente peligrosos para su familia y nos permitió seguir tumbados en la arena, observando el paritorio.

A partir de ese momento, el papá se quedó a distancia, flotando entre dos aguas, observando también las idas y venidas de la hembra. Seguía subiendo, bajando y frotándose contra la piedra. Seguía sufriendo, sus gestos de dolor eran cada vez mas ostensibles. Cada vez que se autopresionaba, salía la cola del pequeño, casi era posible ver todo su cuerpo, pero cuando dejaba de presionar, la cría volvía a meterse. Era desesperante. A tan solo dos metros de distancia, mas de una vez, pensé en intervenir. Acercarme, sujetar con fuerza esa pequeña colita y ayudar a la parturienta, tirando de la cría para sacarla fuera. Me reprimí, no sabia si era lo adecuado y si al enorme papá le parecía bien mi ayuda.

57 minutos llevábamos ya observando la escena. Estáticos, sobre la arena. Y llegó el momento de volver a la embarcación…, a cambiar tanques. Así lo hicimos, salimos, volvimos a la playa, cambiamos los tanques, esperamos un intervalo prudente de 30/40 minutos y regresamos. Nunca el buceo en Xcalak había sido tan emocionante.
Y allí seguía la manatí. En el mismo lugar donde la dejamos. Intentando expulsar a su hijo con gran dificultad. El macho ya no estaba. 80 minutos más estuvimos observando la escena, sin perder detalle alguno. Sin pestañear. Aguantando la respiración, no sé si para no hacer ruido o para ralentizar el consumo de aire. Finalmente gastamos nuestros últimos tanques y debíamos retirarnos. Nos resignábamos. Mucho tiempo observando para no llevarnos la merecida recompensa de ver nacer al pequeño manatí. Pero así es la naturaleza. Imprevisible y salvaje a partes iguales.
Nota del autor: Ninguno de los que tuvimos el privilegio de presenciar este acontecimiento llevaba una cámara para documentarlo, por eso he querido ser lo mas descriptivo posible en mi relato para compartir todos los detalles. Espero que los lectores no hayan echado en falta esas imágenes. Yo las tengo grabadas en mis recuerdos y así se las he contado.

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