LAS TRIBULACIONES DE UN MODELO (SUB) EN APUROS
Media vida trabajando como fotógrafo submarino me hicieron ser consciente desde el primer momento de la meritoria y difícil labor de las modelos que posan delante de las cámaras, pero no ha sido hasta que me he puesto en sus aletas cuando me he dado cuenta realmente de las tribulaciones que padece un modelo subacuático durante una sesión fotográfica… Este es el relato de como sobrevivimos a la última y delirante producción de Pepe Dive Mahahual #DiveOffice bajo las aguas del Caribe.
La idea ya de por sí era disparatada: Se trataba de montar bajo el agua, en medio del arrecife de Mahahual, un set que representara una oficina completamente equipada para ilustrar nuestra nueva promoción de buceo: “Traslada tu home office a Mahahual y conviértelo en #DiveOffice”. El concepto #DiveOffice era lo que había que representar, con la dificultad que eso entraña: una mesa de oficina, una silla, una computadora, un celular, auriculares, el bote de los lápices, la omnipresente taza de café caliente…., ¡el oficinista encorbatado! (En Mexico se le llama “Godinez” a este personaje) y todo eso había que intentar que no se moviera ni un pelo bajo el agua.
Todo el staff de Pepe Dive Mahahual se repartió el resto de funciones. Nuestra manager Sofia se encargaría de hacer las fotos; la instructora Mica sería la asistente y su trabajo era que a la fotógrafa y al modelo no le faltara de nada bajo el agua. Tras unas horas de pre-producción en el centro de buceo, colocando generosamente plomos y cinchos (bridas) a todo el mobiliario y atrezzo que manejábamos, ensayando movimientos, posturas, enfoques fotográficos y visualizando posibles dificultades que nos podíamos encontrar, preparamos el barco y pusimos rumbo hacia el spot Simio Bipolar, el lugar idóneo para el shooting: 10-12 metros de profundidad, arenales combinados con islas de coral, buena visibilidad, nada de corriente. Ese día había algo de marejada, pero bajo el agua sabíamos que no lo notaríamos, quizá algo de mar de fondo, pero para eso llevábamos lastre de sobra para asentar bien el set a la arena e impedir que se moviera.
Llegó el momento de tirarse al agua: las instructoras, perfectamente equipadas llevarían el mobiliario y yo, sin jacket, con el tanque en una mano, bien lastrado con un cinturón de plomos disimulado bajo la camisa blanca, y con una bolsa en la otra mano con todos los objetos de atrezzo y herramientas y con un simpático cartel de trovicel en forma de bocadillo de cómic (con la frase “Te juro que sigo en la oficina”), que no sabíamos si iba a flotar bien, si se iba a hundir o si, por efecto del mar de fondo, iba a tomar vida propia moviéndose a su antojo y dificultando la operación, me lancé como pude a las aguas revueltas del Caribe. Mi entrada al agua fue un desastre: Sin chaleco y lastrado era una entrada en negativo, sin salir a superficie, directo al fondo. Con ambas manos ocupadas en el tanque, en la enorme bolsa y en el cartel, no podía ni sujetarme le visor a la cara y, claro, con el impacto, el visor quedó entre mi nariz y mi frente. Sin visión. La bolsa, llena de aire, se quedó unos segundos flotando en superficie, invertida, mientras se llenaba de agua y mientras se caían de ella en dirección al fondo, todos los objetos pesados. Y a pesar del sobre lastre de mi cinturón, empecé a bajar muy lento, con una mano por debajo de mi cadera sujetando el tanque (negativo) y la otra por encima de mi cabeza asiendo la aparatosa bolsa con aire (positivo). Me sentía como Mary Poppins deslizándose con su paraguas por entre los lujosos tejados londinenses.
Ya en el fondo, me coloqué el visor y empecé a recuperar todos los objetos que habían caído desperdigados por el arenal. Buscamos una localización que se ajustara a nuestra idea y montamos la oficina. Con sorpresa y satisfacción observamos cómo el cartel de trovicel que atamos al respaldo de la silla, se mantenía erguido. Una cosa menos de que preocuparnos. Con ayuda de Mica, terminé de vestirme: le entregué mis aletas y el visor y a cambio me dio una gafas normales de ver que darían el punto más surrealista, si cabe, al personaje del Godínez. Obviamente, a través de las lente solo veía borroso, solo bultos a mi alrededor. De cerca podía distinguir a duras penas los objetos de la mesa: la computadora, el teléfono, el bote con los lápices (que no flotaban porque estaban pegados)…., pero de lejos…, ¡Ni madres! No distinguía nada. Mis compañeras solo eran sombras difusas en la niebla. Imposible seguir las indicaciones de la fotógrafa y la asistente. Había que improvisar.
El primer problema que surgió fue con mi corbata. ¡Flotaba! ¡No puede ser¡ situándose por encima de mi cuello, delante de mi cara. No tenía nada que me sirviera para sujetarla a mi camisa, pero observé que si metía su puntita entre los botones inferiores, se mantenía ahí unos 10-20 segundos cada vez. Solo era cuestión de coordinar ese intervalo con mi respiración (para no soltar burbujas que estropearan la foto), y con la postura y la flotabilidad, que no era fácil, porque si quería evitar expulsar burbujas en el momento del disparo y mantenía el aire en mis pulmones, a pesar del lastre en mi cintura, empezaba a flotar y era muy difícil mantenerme tras el escritorio en una postura natural. Observen con detenimiento la foto en la que estoy con los pies sobre la mesa en la que descubrirán que ni las piernas están apoyadas en la mesa, ni mi trasero esta asentado en la silla. Literalmente estoy levitando, conteniendo la respiración, sujetando la corbata entre los pliegues de la camisa, con la mano derecha sujetando el teléfono sobre mi oreja y con la izquierda agarrándome disimuladamente a la mesa, que no había que zarandearla mucho porque se corría el riesgo de tirar todos los objetos sobre ella. Sin olvidar que el cartel estaba sobre mi cabeza y había que esperar que estuviera perfectamente orientado en el encuadre de la fotógrafa. Era más un ejercicio de equilibrista invidente que un posado natural.
Y ya el colmo fue cuando hizo acto de presencia una imperial raya águila, tan hermosa como curiosa, que se acercó al set a ver qué hacíamos. Yo, por supuesto, no pude verla, ni siquiera vi que la fotógrafa se fue tras ella, con intención de reconducirla y hacer que pasara en medio del set para conseguir la foto del día (gran idea, pero difícil empresa). Como no me enteré de lo que estaba pasando, allí me quedé, como pendejo, posando para nada durante unos largos minutos. Esforzándome con mi flotabilidad, respiración y trimado…, para poco…
Fueron 35 minutos de delirio, contorsiones, risas incontenidas, tragando agua y visión escasa. Con la memoria de la tarjeta de la cámara llena, pusimos punto final al delirante shooting subacuático de #DiveOffice. Espero que el resultado, al menos, les haya arrancado una sonrisa.
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