Las tortugas sagradas de Mahahual
Don José, uno de nuestros capitanes -de ascendencia maya- es una caja de sorpresas. El otro día, estando en nuestro barco esperando el regreso de los clientes del tour de snorkel, escuché al viejo capitán recitar unos cánticos sobre el mar…, sonaban a rezos antiguos…
Y antes de que le preguntara sobre esos salmos dos enormes cabezas de tortugas blancas emergieron del agua y se quedaron mirándole…, diría que escuchándole. Don José me miró y, con una sonrisa cómplice, me dijo: “son los espíritus de Itzayana y Xareni”…
Dicen los viejos de la Península de Yucatán que hace mucho, mucho tiempo -remontándonos a la época prehispánica-, la bella princesa Itzayana, esposa del jefe de la tribu Chan, salió a pescar en canoa con su hermana Xareni. Ese día fueron más lejos de lo habitual, hasta los arrecifes del sur de Mahahual. En medio de la faena, las abordó una enorme canoa de guerra de Mayapán, el pueblo vecino y rival. Las jóvenes fueron apresadas, maniatadas y arrojadas al fondo de la gran embarcación. Aunque suplicaron por sus vidas, los despiadados guerreros de Mayapán no las escucharon y comenzaron a remar hacia su poblado.
Pero, los lloros y los lamentos de las mujeres, sí que fueron oídos por Ixchel, diosa del Amor y señora del Arco iris. Se apiadó de ellas y convocó a Kukulkán -dios de las Tempestades- y a Ehécatl -dios del Viento- y juntos provocaron una enorme tormenta que zarandeó la canoa. Las enormes olas amenazaban con hacer zozobrar la nave. A medida que se hundían, el pánico se apoderaba de los feroces guerreros que, atónitos, contemplaron como las dos jóvenes comenzaban a transformarse en tortugas marinas gigantes. Para salvar sus vidas, los hombres las lanzaron al mar y, sólo entonces, las aguas comenzaron a calmarse. La tormenta amainó y las olas desaparecieron.
Los guerreros de Mayapán regresaron a su pueblo y las dos mujeres de Chan, convertidas en hermosas tortugas blancas, vivieron para siempre en las aguas de Mahahual. Hoy, todavía, las tortugas gigantes que descienden de ellas, tras un mágico ritual en las que los habitantes de la zona cantan canciones desde la orilla de la playa, siguen volviendo a este arrecife y saliendo, una a una, a la superficie para escuchar la música. El espíritu de Itzayana y Xareni sigue latente en ellas.
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